POR ALGO HAY QUE EMPEZAR

Por Carlos León

Por un momento llegué a pensar que Peña Nieto sería un presidente exitoso, y lo que tenía en ese instante, eran sentimientos encontrados, porque no creía que lo mereciera, en cambio a los mexicanos nos urgía y nos urge el orden y el tino en los asuntos públicos, un presidente que de verdad sea exitoso y no un profesional en aparentarlo.


Creía que Peña Nieto tendría éxito, porque tras doce años del bloqueo sistemático del PRI a las llamadas reformas estructurales, los mexicanos vimos con asombro que estas formaban parte de la plataforma de Peña Nieto. El PAN decidió no pagarle con la misma moneda, así que este presidente no tiene derecho a voltear para otro lado a echar culpas, cuando contó con el respaldo de la oposición para su proyecto.


En cambio, pensaba que Peña Nieto no se merecía una presidencia exitosa, porque era claro que una vez más, el PRI había hecho a un lado el interés nacional, que su papel durante doce años de oposición, había sido perfectamente coherente, con su papel en la historia de México, anteponer los intereses de grupo sobre el bien común; dos motivos muy poderosos son los que veíamos los mexicanos detrás del bloqueo del PRI a las reformas, impedir el éxito de las presidencias del PAN para que el PRI tuviera la oportunidad de volver a gobernar (apostar por el fracaso de la Nación para tener éxito como facción), y el motivo que ahora me parece menos dudoso, el PRI quería asegurarse que las licitaciones y contratos resultantes de las reformas, sobre todo la de hidrocarburos, se firmaran hasta que pudieran reclamar el botín de las comisiones por asignación de los contratos, basta ver la secuela del caso Odebrecht para tener una idea del modus operandi y de la cuantía de las comisiones y cobran sentido los doce años de dilación.


Cuando todo parecía indicar que el presidente tendría éxito, la prensa mexicana destapó el caso de la llamada “casa blanca” de Peña Nieto, hizo públicos los montos de los contratos para grupo Higa otorgados por el presidente cuando gobernó el Estado de México, así como los que llevaba asignados a la fecha en su periodo de presidente. Las revelaciones de Aristegui y otros periodistas, terminaron por dibujar un retrato hablado del presidente, más fiel a su naturaleza, que la imagen fabricada para consumo de los electores, por su equipo de comunicación y las televisoras.


De haberse dado a tiempo las reformas, pienso que el ejemplo de Brasil sería una muestra representativa de lo que hubiera pasado en México. Después de generar un periodo de bonanza económica, el crecimiento alcanzado terminaría por distribuirse en la misma proporción que la generada por la apertura de mercados en los noventas, o sea, mayor riqueza para las élites económicas, un poco de alivio para la clase media y un poco menos de precariedad para las clases pobres,  pero al asentarse el agua, la sedimentación de la riqueza mantendría la misma desproporción y tendencia, mayor riqueza para las élites, una clase media en descenso y mayor precariedad para los pobres, porque no es lo mismo crear un magnífico entorno macroeconómico favorecedor de los grandes negocios, que conducir un estado hacia una mayor justicia distributiva, es más, pienso que no se necesita mejorar la macroeconomía para hacer más equitativa la distribución y que no es suficiente el éxito macroeconómico para acabar con la desigualdad; de la misma manera que la habilidad económica y el sentido interior de la justicia, son aspectos nítidamente deslindables de la personalidad.


Será el sereno, pero el beneficio que se hubiera obtenido de las reformas, se perdió por la mezquindad del PRI, estas llegan tarde y en un escenario tétrico para México, tienen algo razón el presidente y su gabinete cuando apuntan hacia el entorno internacional, como coartada para el fiasco que están protagonizando; sin embargo, no pueden clamar piedad a la opinión pública, porque el escenario interno es de su propia manufactura. En general, la clase política habla de valores y principios de dientes para afuera, pero en corto dicen como el ex-cacique potosino “la moral es un árbol que da moras”. Pudiéramos enaltecer el ingenio, la inteligencia abstracta, la solvencia técnica y profesional de la camarilla presidencial - excepción hecha del presiprompter -  pero en estos momentos, a México nada le importa ya lo que tengan que decir o hacer, la legitimidad perdida es irrecuperable. En estos momentos, un presidente austero, frugal, enemigo de la apariencia y la ostentación como Pepe Mujica, tendría un enorme margen de maniobra para enfrentar lo que falta, un margen de acción y credibilidad política, que una apariencia física impecable, metida en un traje de miles de dólares, no puede otorgar, porque son el símbolo vivo de la superficialidad y frivolidad del titular del ejecutivo, o sea, que la moral no es un árbol que da moras, es una fuente de legitimidad y posibilidades de acción, principalmente cuando se afronta una crisis.


Es casi un hecho que al PAN no le alcanza el tiempo para desmarcarse del presidente (tampoco al PRD pero su papel ya es casi satelital), entre el silencio y la adopción de las formas simuladas del PRI, Acción Nacional se desconectó de sus más desinteresados seguidores, ahora tiene que hablar de valores para mantener las formas, pero para ganar elecciones necesita practicar la compra de votos; el empeño en destruir la democracia interna (sus tradicionales y emblemáticas formas internas) para favorecer los intereses de las burocracias nacionales o locales, lo ha convertido en una recicladora de oportunistas y en un botín para los allegados al poder, es muy complicado que pueda ofrecer caras nuevas o liderazgos frescos, así como rostros conocidos y apreciados por la opinión pública, bueno, ni siquiera hay que esperar candidatos que articulen un discurso por lo menos coherente, porque es casi seguro que se repetirán los apellidos o sólo cambiarán los personeros de los “clubes de intereses” si se me permite esta expresión de Jorge Mario Bergoglio dirigida al alto clero y que le sienta como anillo al dedo alto panismo; porque en el PAN la igualdad es un mero postulado, lo cierto es que hay “unos más iguales que otros”, los que deciden quién es el precandidato único y los que les aplauden, los que designan candidatos y los que postean en tono festivo los dedazos, los que reparten el queso y los que mansamente hacen cola.


Así el estado de cosas, México, como si se tratara de una tragedia griega, se enfila a los brazos de López Obrador, no por gusto propio, sino por el designio trágico de la indolencia política, literalmente México está siendo arrojado a los brazos de López Obrador, como si la fuerza del destino fuera irresistible y renuente a los verdaderos deseos del pueblo, no parece haber otro horizonte que el populismo que todo lo resuelve con subsidios pagables con recursos públicos imaginarios: “que más tenemos que perder” dicen mis amigos cercanos, “lo que queremos es que ya se vayan los que nos están robando”, y como tragedia griega, sin proponérselo, como si sus sentimientos hacia los mexicanos fueran tal como los expresa en tuits y duscursos, Donald Trump será el mejor promotor de Donald Trump, si cumple sus propósitos declarados en materia de comercio exterior, porque entre más deterioro económico suframos, mayor será el voto de resentimiento. Y aunque hubiera una mayoría de votantes reflexivos ¿Que opciones confaibles quedan? ¿Cuánto tiempo tenemos para construir una opción confiable y competitiva?




Es cierto, pero por algo hay que empezar.

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