Por Carlos León
Hemos visto consternados las
imágenes de niños muertos en el conflicto de Siria, sin heridas visibles,
indicio del uso de armas químicas; y más consternados aún, vemos a la comunidad
internacional hecha pelotas. Después de la monumental tomada de pelo que
resultó la “casus belli” de la guerra contra Iraq el 2003, y por razones de “percepción
pública” – léase, cálculo político – el parlamento inglés, esta vez, no ha
querido embarcarse en una intervención como la de Iraq, porque desconfía de la
reportes de inteligencia, o sea que: aunque hay evidencia incontrovertible de
muertes provocadas por armas químicas los Ingleses no están satisfechos con la
evidencia que señala al régimen de Al-Asad como autor de los ataques.
¡Como cambian las cosas! En 2003
no se tenía un solo registro de muertes provocados por armas de destrucción
masiva, pero era tal el temor al poder de fuego de los grupos terroristas, que
aún el débil caudal probatorio contra Hussein, resultó convincente para una
invasión total, dirigida a derrocar al régimen de Saddam y tomar el control del
territorio Iraquí.
Los hechos en Siria presentan
evidencia de “resultado”. Hay certeza de bajas civiles – sobre todo niños – por
exposición a gases letales, pero no certeza de lo que en derecho penal se
denomina “nexo causal”, que es la relación que vincula un resultado con su
causa. Los parlamentarios Ingleses no están convencidos de que esas muertes por
exposición a gases venenosos sean “resultado” de un ataque realizado por las
fuerzas armadas del Estado Sirio; porque cabe la posibilidad de que los mismos
rebeldes atacaran a la población, para imputarle el ataque al Estado y provocar
con ello una intervención militar internacional favorable a sus propósitos.
En tanto no existe evidencia
suficiente para imputar los ataques al gobierno Sirio, Estados Unidos se encuentra sólo. Este
resultado – que Estados Unidos esté sólo – si tiene nexo causal. La comunidad
internacional duda de los argumentos de Estados Unidos porque ya fueron engañados
una vez, y hoy duda de que exista vinculación entre el resultado y causas. La pérdida
de credibilidad es resultado el engaño monumental sobre las armas de destrucción
masiva en Iraq, que llevó a la guerra de 2003.
Esta vez no se está proponiendo
una invasión total para derrocar un régimen, sino tan sólo una respuesta
ejemplar para dar una advertencia al régimen de Al-Asad; pero no existe la
confianza necesaria en el terreno de la diplomacia para una reacción
multilateral.
La Administración Bush – como la
llaman los vecinos – se desentendió de un postulado ético fundamental: que las
relaciones entre personas y naciones deben basarse en la confianza, y a esta se llega por la veracidad y la lealtad.
Después de diez años de guerra en Asia, Estados Unidos se ve obligado a entrar
solo, en un conflicto que amenaza la paz de la región y en el que mueren
civiles inocentes; ya no acude al Consejo de Seguridad porque lo considera
prácticamente obsoleto, pero tampoco cuenta siquiera con el escaso respaldo internacional
que logró hace una década. Esto lo vuelve más vulnerable, porque aumenta los factores de odio que se exacerban
en esa región, con cada intervención militar de Estados Unidos, lo que eleva
los riesgos de ataques terroristas en el territorio estadounidense. Aquí si
encontramos nexo causal, la política mendaz de Bush hijo, responsable de las
dudas que asaltan a la comunidad internacional en este momento, y de la mayor
soledad de Estados Unidos en el campo de Batalla. Este es su legado de paz
duradera, la soledad de Estados Unidos y los titubeos de la comunidad
internacional para intervenir de forma ejemplar en un conflicto que cuanta más
de cien mil muertos, mientras en 2003 y sin una muerte, se derrocó un régimen y
se ocupó un país
Cuando se niega la naturaleza
ética de la política sobreviene la degradación de las relaciones sociales, incluso
las internacionales.
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